Nervios.
Así describiría yo mis interiores internos.
Ando callada, no reflexiono, ni cavilo, ni especulo y casi ni pienso. Es raro porque ahora igual debería ser el momento en el que la cabeza me fuera a mil por hora y el corazón a tres mil.
Uy!, me he dado cuenta de que debería dejar los "deberías" e imaginar menos como deberían ser las cosas. Todo es como es y sale como sale, y punto.
¡Qué nervios por Dios! Es que siempre estoy igual, siempre me pongo igual, siempre me pasa lo mismo cuando va llegando el día en que México vuelve a mi casa, cuando las tortitas, el aguacate y el tequila ambientan mi vida y la hacen un poquito más latina.
Mientras los ojos me brillan, las risas, las confidencias, los abrazos, los besos, la pasión, el amor, el entusiasmo, el afecto o la ternura forman parte de mi subida a las nubes. Y eso, sabéis qué? Es estupendo.
Parece que siempre sea la misma historia, llega, se va y me quedo como ya dije alguna vez, vacía como un macarrón. Los "hasta siempre" son "hasta luegos" y los lloros son irremediables pero siempre intentando ser fuerte. Esta vez parece que ya por fin (¿cuántas veces lo habré dicho ya?) si que llega un final finito aunque aún quede cruzar el atlántico una vez más.
Ya véis, esta es la historia del nunca acabar, esta es mi historia, mi fantástica historia.
Por el momento todo bien. Ya os he dicho.
Estupendo estupendisimo.