Profundizando en uno mismo.
El otro día, para matar mi curiosidad de por qué no había sabido de ella en estas últimas semanas, al final llamé a Marta. La noté algo fastidiosa. Cómo quejiga de la vida. Floja. Cómo aturdida de todo. En fin, rara raríssima.
Parece que últimamente está teniendo más tiempo de lo habitual y le está dando más vueltas al tarro de lo que debería. Yo siempre le he dicho que eso no es bueno, que pensar, reflexionar y recapacitar es una de las peores cosas que uno mismo puede hacer para pasar el rato. Mujer!, que hay muchas cosas qué disfrutar!
Al final, después de insistirle una y otra vez, me dijo que hay veces en que no le gusta ser como es. Ay caray!, a nadie nos gusta ser como somos! o al menos, nadie está contento con uno mismo. Nunca. Pero ella decía que menos, que sí que es verdad que con el tiempo ha cambiado algo, que ha aprendido a controlar según qué reacciones y que más o menos puede sobrellevarlo.
Seguía sin entenderla. Yo siempre he conocido a la Marta correcta, entusiasta, alegre, sonriente y valiente. Ésa que se atreve a todo y que hace reír al más desconsolado. Y ésta desprendía cobardía hasta por las orejas. Quizás había sido el tiempo de los últimos días, tan lluvioso y gris que angustia a cualquiera. En eso nos parecemos ambas. Ya veis, la meteorología de la vida, que nos afecta.
Le dije que no quería verle así. Menos mal que Marta me conoce y sabe como soy; en el momento que abrí la boca para animarla, cualquiera hubiera dicho que estaba enfadada. ¡Que no! que he hablado de ello un millón de veces, lo mío no es hablar calmado y silencioso, ya lo sabéis. Aún y así, escuché su voz un poquito decaída. De la risa profunda, nada de nada. Muy migrañosa toda ella.
Traerla a dar mi paseo habitual dónde yo suelo hacer eso de "encontrarse a una misma" por mi recorrido particular, no era posible esta vez así que se le ocurrió tomarse unos días, coger carretera y manta al sonido de la música, sentarse cerca de un lago bajo la sombra de un árbol y leer un libro, escribir en su pequeña libreta y mirar al horizonte. Tenía que cambiar un poco esa rutina adquirida y darse unos lujitos. Masaje por aquí, bañito por allá, alegrar el paladar y los sentidos.
De vez en cuando todos deberíamos tomarnos un rato para mirar(nos) desde fuera, perdernos y volver a encontrarnos. Igual así nos pareceríamos un poco más a Marta. Igual nos daríamos cuenta que incluso los mas fuertes, también decaen. Que los miedos y la cobardía nos llegan a todos. A ver que os pensabais.
Pero tranquilos, que de todo se sale. Que todo pasa.
:)
El otro día, para matar mi curiosidad de por qué no había sabido de ella en estas últimas semanas, al final llamé a Marta. La noté algo fastidiosa. Cómo quejiga de la vida. Floja. Cómo aturdida de todo. En fin, rara raríssima.
Parece que últimamente está teniendo más tiempo de lo habitual y le está dando más vueltas al tarro de lo que debería. Yo siempre le he dicho que eso no es bueno, que pensar, reflexionar y recapacitar es una de las peores cosas que uno mismo puede hacer para pasar el rato. Mujer!, que hay muchas cosas qué disfrutar!
Al final, después de insistirle una y otra vez, me dijo que hay veces en que no le gusta ser como es. Ay caray!, a nadie nos gusta ser como somos! o al menos, nadie está contento con uno mismo. Nunca. Pero ella decía que menos, que sí que es verdad que con el tiempo ha cambiado algo, que ha aprendido a controlar según qué reacciones y que más o menos puede sobrellevarlo.
Seguía sin entenderla. Yo siempre he conocido a la Marta correcta, entusiasta, alegre, sonriente y valiente. Ésa que se atreve a todo y que hace reír al más desconsolado. Y ésta desprendía cobardía hasta por las orejas. Quizás había sido el tiempo de los últimos días, tan lluvioso y gris que angustia a cualquiera. En eso nos parecemos ambas. Ya veis, la meteorología de la vida, que nos afecta.
Le dije que no quería verle así. Menos mal que Marta me conoce y sabe como soy; en el momento que abrí la boca para animarla, cualquiera hubiera dicho que estaba enfadada. ¡Que no! que he hablado de ello un millón de veces, lo mío no es hablar calmado y silencioso, ya lo sabéis. Aún y así, escuché su voz un poquito decaída. De la risa profunda, nada de nada. Muy migrañosa toda ella.
Traerla a dar mi paseo habitual dónde yo suelo hacer eso de "encontrarse a una misma" por mi recorrido particular, no era posible esta vez así que se le ocurrió tomarse unos días, coger carretera y manta al sonido de la música, sentarse cerca de un lago bajo la sombra de un árbol y leer un libro, escribir en su pequeña libreta y mirar al horizonte. Tenía que cambiar un poco esa rutina adquirida y darse unos lujitos. Masaje por aquí, bañito por allá, alegrar el paladar y los sentidos.
De vez en cuando todos deberíamos tomarnos un rato para mirar(nos) desde fuera, perdernos y volver a encontrarnos. Igual así nos pareceríamos un poco más a Marta. Igual nos daríamos cuenta que incluso los mas fuertes, también decaen. Que los miedos y la cobardía nos llegan a todos. A ver que os pensabais.
Pero tranquilos, que de todo se sale. Que todo pasa.
:)
1 comentario:
Que suerte tiene Marta, de tener alguien con quien hablar, y que suerte tienes, de poder entender y compartir. Sois muy afortunadas....
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