Con 27 años, y tras un breve y
corto trocito de mi vida, he podido llegar a la conclusión que existen 3 tipos
de personas en este mundo; las que viven, las que mueren, y a las que les gusta
tocar los cojones. A ese último grupo, sin duda, es al que yo pertenezco.
Cómo ya es sabido por todo el mundo,
hace 15 años a mi inconsciencia juvenil le dio por hacer puenting sin cuerda y
sobrevivir para contarlo. Y esas cosas. Con dos cojones. Todos los que me
conocéis, habéis sido testigos de mi evolución, en grandes o pequeños fascículos.
Pero para los que no hayáis tenido suficiente, tengo que deciros que el lunes
pasado, volvió a repetirse algo muy similar; algo que una vez más, demuestra que
los que tenemos la peor de las suertes, nacimos con una flor en el culo. O
algo.
El día 30 de junio del 2014,
ocurrió algo que si me hubieran filmado, bien sería propio de peli de acción. Morir era lo mínimo que podía pasarme. Sentir como el coche en el que vas montada revienta una rueda, empieza a dar
vueltas de campana, choca contra el quitamiedos derribándolo y cae dos metros y
medio estampándose contra un muro de hormigón, es propio de peli de Hollywood. En
aquél momento, con el coche cabizbajo, mi cuerpo colgando del sillón y mil
cristales rotos en pequeños trocitos sobre mi piel, di gracias a todos aquellos
inventores del cinturón y de los airbags. Ellos me habían salvado la vida.
Os prometo que no me esfuerzo en poner a prueba mi vida. En serio. Son cosas
que me ocurren sin querer. Prometo que no pretendo demostrar que un humano
puede ser igual que un gato. Lo de las 7 vidas, que se quede en 5. Lo prometo.
La chica de hierro. Eso fue lo primero que dijo la doctora que me atendió en una de las 5 ambulancias a pie de la autopista. Ella y las demás 20 personas que me miraban con los ojos como platos. A las ambulancias las acompañaban 3 furgonetas de mossos, 2 camiones de bomberos y un helicóptero que estaba en camino. Y yo allí, caminando sobre mi propio pie, con el coche de mi padre hecho una hamburguesa y como única preocupación que ningún diente se me hubiera roto. Vamos, que la había liado parda. De nuevo. Y sin quererlo.
Unos dicen que mi sangre fría
hizo que saliera de ahí. Que a pesar de estar colgada del cinturón y con muchísima
tierra en todos los orificios de mi cara, me pusiera a recoger y guardar todo
lo que había dentro de mi bolso había sido una locura. Otros piensan que estoy zumbada
por estando en esta situación, comprobar que mi ipad no había muerto. Pero qué
queréis, podía ser una forma de comunicación teniendo en cuenta que el móvil estaba
bajo cristales y piedras y sin cobertura!!! Estoy segura que si hubiera
apretado al botón FOTO, en vez de sólo mirarme la cara con la cámara frontal de
la pantalla del ipad, mi selfie accidente
hubiera sido como mínimo, #trendingtopic.
Y sí, río. Sonrío. Porque una vez
más, he podido morir en un abrir y cerrar de ojos. Y aquí sigo. Con la
clavícula izquierda y el esternón fracturados. Y una cara llena de una gama colorida
de azules, morados, amarillos, naranjas y rojos. Pero nada más. Al final, estas
experiencias (por así llamarlo) hay que tomárselas con humor. Y sacarles el
lado más positivo.
Lo mejor de todo es que este tipo
de cosas posicionan a cada uno en su sitio y te ponen las prioridades donde
tocan. Te tomas la vida con otra filosofía. Valoras un poco más el día a día.
Vivirlo. Disfrutar de los detalles más pequeñitos. Preocuparte única y
exclusivamente de ser feliz. Nada de dar demasiada importancia a cosas que al
fin y al cabo, son minudeces.
Gracias a todos aquellos amigos, compañeros, familiares que se han preocupado, me han visitado y me siguen cuidando, preguntando… siguen siendo los mejores.
Gracias a todos aquellos amigos, compañeros, familiares que se han preocupado, me han visitado y me siguen cuidando, preguntando… siguen siendo los mejores.
A ellos y a mi familia les doy las mil gracias por haberme permitido, una vez más, detener unos breves momento de sus vidas, para dedicármelos, dejar que les toque un poquito más los cojones, y cuidar de mí.
Gracias.
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