domingo, 30 de diciembre de 2012

Curiosidades que matan.

Marta los había conocido en un momento, por lo menos, divertido. Vestida de rojos y con un corazón en sus manos, conversaba a la suave luz del gintonic. La curiosidad empapó el ambiente, las miradas se cruzaron, y lo amable llevó a lo divertido y lo divertido a lo complaciente. 

La mente era como la suya, abierta, madura, de gran espectro, despejada y libre. Sin prejuicios y totalmente sensata y clara. O eso parecía. Lo había pasado bien. Amistades pasadas, conocidos de nuevo y patatas bravas con vodka a las 4 de la mañana. Y sobretodo, morbo. Y atracción. Mucha atracción. 

Y el rato pasó, y la noche, y los días y el juego parecía haberse apoderado de la situación. Abierta a nuevas experiencias y a matar curiosidades varias, pensaba que seguir el hilo daría una complicidad totalmente amistosa. Poco a poco, le pareció oír. Poco a poco le dijeron. Poco a poco, tenía que ir la historia. Sin forzar, sin preparar, totalmente espontáneo. Los curiosos como Marta es lo que tienen, de repente se encuentran en instantes de lo más extraños, en lugares de lo más singulares y compartiendo mesa y libros con dos conocidamente desconocidos que preparaban te y desayunaban muffins de chocolate rellenos de yogurt de buena mañana.

Y esa vez, había estado bien. Con toques graciosos, eso sí. No podía ser de otra forma. Las primeras veces siempre deben ser así. Y aunque Marta no estaba totalmente concienciada, se sintió cómoda. A gusto. Habían aceptado la negativa y las medias seguían en su lugar. Mientras el agua caliente caía sobre sus hombros, era imposible abandonar el shock que le invadía la mente. Y después de un "mañana más", se fue. Todo aquello había sido muy nuevo para ella. Y tenía ganas de más.


Y el mañana, jamás llegó. Confiaba que no habían habido problemas. Que lo que ella había hablado, estaba claro, que no habían habido malos entendidos ni recelos de por medio. Ni dudas, ni celos, ni pensamientos equívocos. Sin problemas. Y que si los había habido, que fueran igual de claros que ella era. Que se lo dijeran, que se lo contaran y tan amigos. Pero no, lo mejor fue tratarla como si no estuviera, no hablarle, no preguntarle, no hacerle partícipe de lo que había pasado. Ignorarla. Si habían habido jaleos, confusiones o mosqueos, no importaba. Iba a entenderlo. Un "no ha pasado nada", en ese momento, no colaba. Para nada. Eran personas distintas a las del día anterior. Nada que ver. Absolutamente nada. Calladas. Austeras, serias y totalmente moderadas. Ni intercambio de miradas, ni complicidad. Nudo en la garganta. 

Le habían hecho pasar uno de los peores ratos en mucho tiempo. Y no se merecía algo así. Marta va de buenas, es mucho mejor que todo eso. Y pasa por esa situación una vez. No más. El truco está en la palabra. Hablar. Compartir conversaciones. La claridad y la transparencia, sin duda, son la clave. ¿Pero es que sabéis qué? Al fin y al cabo, ellos se lo perdían.

domingo, 23 de diciembre de 2012

:(

Sin inspiración.
Y no por falta de cosas que contar.
Parece que últimamente vivo momentos con tanta intensidad que me cuesta escribirlos.

martes, 4 de diciembre de 2012

#Smile.

Encerrada en ese mini mundo que se crea cuando vas dentro de esa burbuja, las lágrimas no dejaban de caer en silencio. El momento se acercaba y la tensión y el grado de ansiedad interna iban en ascenso de forma estrepitosa. Es como esas veces en que no se puede disfrutar de la emoción que supone hacer cosas rebosantes. Odio infinito. Infinito y profundo. Toda esa incertidumbre, acaba matando. Por lo menos a mi. A mi y a Marta, está claro.

Y finalmente, el momento llegó. De forma repentina, el miedo se apoderó de la situación. Marta lo había hecho con todo el cariño y admiración. Esperaba el instante con ganas e ilusión. Con un único objetivo, sorprender a la que nunca se sorprende. Sabéis de esas personas que nunca se dejan sorprender?; ¿Que parece que tienen un odio permanente y continuo a las sorpresas? Ese había sido su propósito desde el primer instante en que se le pasó la idea por la cabeza. Se había imaginado ese momento un millón de veces. 

Había odiado profundamente todas las veces en que, mientras en secreto se repetía "la sorpresa va a ser buena", sentía que lo que hacía era absurdo, que no merecían el empeño de Marta. Era como chocar reiteradamente contra una pared. Ni siquiera estaba segura de lo que hacía. Ni siquiera ella misma lo entendía. Ni siquiera sabía de donde salían las ganas. Ni siquiera. 
Tenía ganas de ver si realmente, ni que fuera por una vez, tomarían en serio algo que ella hubiera hecho. Si algo así, despertaba ni que fuera una gotita de agradecimiento y se lo hacían saber, sería todo un logro. Creo que Marta no necesita demostrar nada nunca. Es de ese tipo de personas que demuestran la amistad obviando las palabras. Las pequeñas o grandes cositas que hace, le salen del fondo. No las piensa. 

¿Pero sabéis qué? Esa espontaneidad, marca la diferencia. Y esto, al menos, para ella, había sido muy gratificante. Al fin y al cabo, había hecho sonreír a la que jamás sonríe. Y eso, eso lo compensaba todo.