miércoles, 17 de julio de 2013

Verano inquieto.

Una vez dije que no sabía hasta cuando iban a durar las cosas y siempre he sabido que esto tendría un final. Por la forma, la esencia, la intención y la actitud. Sobretodo la actitud. Pero es de esas cosas que hasta que no llegan y te las encuentras de frente, no te das cuenta. 

No me acostumbro. De hecho, dudo que me acostumbre jamás, pero supongo que con el paso de la vida, se me olvidará. Se me pasará la rabia, la incertidumbre, las ganas de matar los silencios y la de conservar las amistades. Mientras tanto, el verano pasa. Y me gusta. 

Este es uno de esos veranos en los que realmente disfrutas. No estás haciendo nada especial ni a lo grande; no viajas a un país asiático, no te vas un mes entero de hotelazo con pulserita, ni tan siquiera te escapas a un apartamento de playa, pero no paras quieta. Buscas la especialidad en las pequeñas cosas, en los pequeños momentos, en la esencia de los instantes que te hacen sonreír. Esas cosas son las que precisamente te hacen sentir bien.
Este es el primer verano del resto de tu vida. Has terminado, cambias de etapa y ansias pasarlo bien. Disfrutar de los buenos amigos, de los lugares con encanto, de las charlas interesantes y de los proyectos por cumplir. 

Este, así, está siendo mi verano. 
¿Y sabéis qué? Estoy aprendiendo a disfrutar incluso más de lo que creía y eso..., eso es lo que me ayuda a cambiar mi chip interno. Porque por mucho que hayan cosas que deba aceptar que son como son y que aunque las pinte de mil colores seguirán siendo igual, siempre habrán muchas otras más que serán maravillosas.

Y es que Marta siempre dice que hacen falta días malos para darte cuenta de lo bonitos que son el resto.

Sonríe.

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