lunes, 19 de diciembre de 2011

Volando. Madrid-Barcelona.

Voy volando. Volviendo de la capital. Y cuando digo volando, es literalmente volando. Vamos, que estoy a no se cuantos miles de kilómetros de altura, sobre nubes que parecen algodones acabados de mullir. Cómo si alguien los hubiera colocado intencionalmente en una posición determinada. Fantásticos. Dan ganas de saltar sobre ellos. Son las 13:46 y acaban de decir que quedan 20 minutos para el aterrizaje. Me han timado, dijeron que eran 55 minutos y van a ser algunos más. Y encima, turbulencias.

Mientras voy sentada en el vuelo VY1096, (esta vez, sin control alguno), me doy cuenta que han sido unos días intensos. Viajar sola tampoco está tan mal y pasarte el día sin hablar con nadie conocido te muestra que el silencio, tampoco es tan estresante.
Qué decir, los días de congreso me han demostrado que realmente me gusta y me interesa lo que estoy estudiando, me llena mucho y aprender nuevos conceptos y arraigar los ya adquiridos me hace sentir bien. Lo diré siempre, la odontología ayuda al bienestar de las personas, y los dentistas poco a poco estamos dejando de ser los ogros barberos de tiempos atrás. Las nuevas técnicas, tratamientos, procesos y protocolos, además de la buena ética del profesional de las nuevas generaciones, va a ayudar a que los odontólogos sean algo más queridos. O eso espero.

Madrid, fabuloso, como siempre. Esta vez, iluminado con sus luces navideñas de mil colores que hacen de la noche el día. Me gustan las calles llenas de gente, el ambiente no está nada mal y se respira buena gente. Aún me parece increíble la facilidad de los madrileños por ir de cerveceo. Tengo que reconocer que yo con dos, voy fina. Menos mal de unas buenas patatas bravas, que al menos, permiten que sobrelleve la situación.
Excelentes rutas foursquareadoras, buenas conversaciones desconocidas que ahora son algo más conocidas, cenas de traje en creperías escondidas y bares divinos del 82 con risas de lo más simpáticas. No's que acaban siendo sí's y películas que te enseñan que una manta y una mesa de Ikea te pueden dar una siesta de lo más curiosa. 

Y sentirme como en casa cada vez que voy a casa de Pilar, porque aunque esta vez hayamos compartido pocos ratos, siempre me siento como en família. Así han sido mis días de congreso en Madrid, con comidas domingueras hasta las tantas, paseos por la gran vía, puerta del sol y preciados. Y frío. Mucho frío. Frío madrileño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Después de leerte algunas de tus entradas (No todas, hay muchas tendrán que esperar), algunas me han gustado mucho (muchas tienen algo que quizás yo llamaría moraleja). Hay algo que quiero preguntar. ¿Quien es Marta?