jueves, 28 de abril de 2011

Degustando el paladar.

Profundizando en uno mismo.

El otro día, para matar mi curiosidad de por qué no había sabido de ella en estas últimas semanas, al final llamé a Marta. La noté algo fastidiosa. Cómo quejiga de la vida. Floja. Cómo aturdida de todo. En fin, rara raríssima.
Parece que últimamente está teniendo más tiempo de lo habitual y le está dando más vueltas al tarro de lo que debería. Yo siempre le he dicho que eso no es bueno, que pensar, reflexionar y recapacitar es una de las peores cosas que uno mismo puede hacer para pasar el rato. Mujer!, que hay muchas cosas qué disfrutar!
Al final, después de insistirle una y otra vez, me dijo que hay veces en que no le gusta ser como es. Ay caray!, a nadie nos gusta ser como somos! o al menos, nadie está contento con uno mismo. Nunca. Pero ella decía que menos, que sí que es verdad que con el tiempo ha cambiado algo, que ha aprendido a controlar según qué reacciones y que más o menos puede sobrellevarlo.

Seguía sin entenderla. Yo siempre he conocido a la Marta correcta, entusiasta, alegre, sonriente y valiente. Ésa que se atreve a todo y que hace reír al más desconsolado. Y ésta desprendía cobardía hasta por las orejas. Quizás había sido el tiempo de los últimos días, tan lluvioso y gris que angustia a cualquiera. En eso nos parecemos ambas. Ya veis, la meteorología de la vida, que nos afecta.
Le dije que no quería verle así. Menos mal que Marta me conoce y sabe como soy; en el momento que abrí la boca para animarla, cualquiera hubiera dicho que estaba enfadada. ¡Que no! que he hablado de ello un millón de veces, lo mío no es hablar calmado y silencioso, ya lo sabéis. Aún y así, escuché su voz un poquito decaída. De la risa profunda, nada de nada. Muy migrañosa toda ella.

Traerla a dar mi paseo habitual dónde yo suelo hacer eso de "encontrarse a una misma" por mi recorrido particular, no era posible esta vez así que se le ocurrió tomarse unos días, coger carretera y manta al sonido de la música, sentarse cerca de un lago bajo la sombra de un árbol y leer un libro, escribir en su pequeña libreta y mirar al horizonte. Tenía que cambiar un poco esa rutina adquirida y darse unos lujitos. Masaje por aquí, bañito por allá, alegrar el paladar y los sentidos.

De vez en cuando todos deberíamos tomarnos un rato para mirar(nos) desde fuera, perdernos y volver a encontrarnos. Igual así nos pareceríamos un poco más a Marta. Igual nos daríamos cuenta que incluso los mas fuertes, también decaen. Que los miedos y la cobardía nos llegan a todos. A ver que os pensabais.

Pero tranquilos, que de todo se sale. Que todo pasa.

:)

1 comentario:

alea dijo...

Que suerte tiene Marta, de tener alguien con quien hablar, y que suerte tienes, de poder entender y compartir. Sois muy afortunadas....