jueves, 30 de junio de 2011

#improvisando.

Estaba anocheciendo y la chica misteriosa seguía allí,  con su flequillo de lado, sus ojos algo cansados y el andén bajo sus pies viendo oscurecerse el día. La gente pasaba y ni siquiera se percataba de su presencia, pero ella ahí seguía, jugando con el tirabuzón de su larga melena. Nunca le había gustado demasiado llamar la atención así que qué nadie se diera cuenta de que estaba ahí, tampoco le molestaba demasiado. Mientras no la pisaran, nada malo podía pasar. Oía el silbido de las locomotoras y la ausentaban de todo. Sólo escuchaba eso de vez en cuando. Su cabeza estaba en otra parte, en un lugar donde las nubes, el viento y los rayos de sol, ya habían desaparecido hacía unas cuantas horas.

Podía sentir esa esencia como si la tuviera a dos centímetros de su cuello, lograba analizarla como si estuviera rozando su mejilla y recorriendo todos y cada uno de los rincones de su piel. Le estremecía solo de imaginarlo, de pensarlo y repasarlo una y otra vez. Le encantaba esa sensación de disfrute. La locura se había apoderado de ella en ese preciso instante y ya nada podría parar. La mente mueve montañas y esta vez no iba a ser menos. Suspiró tan intensamente que tuvo que controlar el gemido intenso que le proporcionaba toda aquella situación.
Casi como una sacudida...

viernes, 24 de junio de 2011

Control descontrolado. Déjate llevar.

Hacer las cosas como si no existiera un mañana, como si fueras a morir hoy, como si creyeras que nunca más pudieran volverse a repetir. Así me gusta vivirlo, sin control, sin relojes, sin prisa, sin tiempo ni espera, sólo en esencia, con total disfrute, ansia y deseo. Cómo si todo se redujera a una sola aspiración seguida de una espiración; un suspiro cercano, de bienestar, intenso, agradable y muy amistoso.

Correr por curvas de caminos entre montañas, con la intensidad del viento chocando contra ti y una mano amiga que te presione con fuerza y te diga que también quiere disfrutar. 
Marta me dice en todo momento  que me paso la vida intentando sacar lo mejor de todos y obviar lo más fastidioso y maniático. Y siempre, con una sonrisa en los labios para ver si así, consigo contagiarla a los demás. Me gusta mirarles, probar de llegar hasta la parte más interna de su pupila y hacerles entender que incluso la culpabilidad, el estrés o la tristeza no tienen sentido en esos momentos, que cuando estás viviendo intensamente ese instante en el que te encuentras, todo lo demás queda relegado, en segunda posición y sin apenas importar.

Muchas veces sentimos la necesidad de tener el control de las cosas, porque se supone que el control está anexo, adyacente, contiguo a un clip, una grapa, un enganche que lo une a cómo deben de ser las cosas. 
Tener el control no es más que controlar que se hagan las cosas de acuerdo a cómo lo decide alguien. ¿Pero quién establece la manera a cómo tienen que ser las cosas? 
Y es que es precisamente en uno de esos momentos tan inseguros, tan intensos, nerviosos, sorprendentes y repentinos en los que no piensas lo que está bien y lo que está mal, cuando deberías dejarte caer sobre una amplia, coloreada y sedosa manta india y sentir que lo más fabuloso y desbordante es que en ese instante, no controlas absolutamente nada.

Porque queréis que os diga una cosa? Muchas veces, el descontrol más inseguro, te puede proporcionar una seguridad absoluta.

domingo, 19 de junio de 2011

El momento.

Era un día de sol, sin nubes en el cielo y un golpe de viento que enseguida te podía embriagar los sentidos. La combinación de colores azules, verdes y caobas parecía casi imposible, pero en esencia, juntos quedaban de vicio. Olía a mar, a espuma blanca, a arena de la orilla y a hierba mojada, a brisa de gaviotas y a niebla en el horizonte.
 
A lo lejos, por el camino que surcaba la colina se oían unas motos grandes, potentes y  poderosas acompañadas de su estruendoso acelerador. El barullo de aquellos caballos motorizados sabía a libertad y a locura.

Ese día, a Marta se le había ocurrido ponerse medias, de textura fina, delicada y lisa, tan delgadas que incluso podía sentir el aire rozando sus rodillas. Nunca hubiera imaginado, ni siquiera en esa misma mañana soleada, fresca y primaveral, mientras preparaba su maleta de tonos verde pistacho, que incluso los momentos más inesperados te pueden regalar un instante sorprendente. 

Ese había sido un buen momento.

martes, 14 de junio de 2011

#3.

Voy a ser directa, concisa y óptima. En este mundo hay tres tipos de hombres, los que se les ve venir desde un principio, los que parecen mosquita muerta pero que en realidad no lo son y los que son sosamente tontos de verdad.

En primer lugar, los que son tontos. Con ellos no hay que preocuparse demasiado, ni actuarán, ni les verás venir y ni siquiera ir. Sosos, parados, correctos, quietos y muy tranquilos. A éstos, simplemente hay que incentivarles e insistirles hasta más no poder, porque incluso a ellos, les gusta hacerse de rogar.

Luego están los que se les ve venir. Con estos más o menos no hay problema. Se sabe a lo que van, qué quieren y en qué dirección van a tirar. Se muestran abiertos, simpáticos, extrovertidos y muy encantadores desde el tercer segundo de conocerte. Éstos es posible que ni siquiera hagan el esfuerzo por fijarse en tu mirada o tu sonrisa. Directamente irán más abajo. Si nada lo impide van a ir de frente y al grano de la cuestión. Desde el primer momento te van a hacer saber sea de la forma que sea qué es lo que les interesa realmente.

Y luego, luego están los peores. Los más peligrosos de todos, los que crees que no pero si. Los que parecen una mosquita muerta y luego ZAS!. Vaya si son chungos …que a veces no sabes ni por dónde te van a salir.
El problema que tienen éstos es que tienen lo mejor y lo peor de los otros dos. Pueden parecer sumamente sosos, rectitud debidamente educada, insubstanciales, vacíos, poco sentimentales, insípidos y de mirada borde. La primera sensación es que nunca sonríen y aparentemente nada les saca de sus casillas. Y cuando menos te lo esperas, te muerden el cuello. Y claro, te dejan tan sorprendentemente descolocada que ni siquiera te da tiempo de improvisar. A partir de ahí, por H o por B, cambian, saltan barreras o (directamente las derriban), te hablan, se vuelven ocurrentes, juguetones, bromistas, más o menos directos pero, a diferencia de los segundos, éstos se esfuerzan por mirarte a los ojos y fijarse en tu sonrisa. 

Y eso, qué queréis que os diga, siempre les da un punto.

miércoles, 8 de junio de 2011

Olores.

Vale, empezaremos por lo más horrible que te puedes encontrar; los olores.
Tengo que decir que hay olores que matan. De esos que te vienen al olfato mientras estás esperando en el metro o cuando has subido al tren. Olores tan terribles que se adhieren a tu nariz y no puedes deshacerte de ellos. Y así, para el resto del día. De esos olores que por mucho que te esfuerces, siguen pareciéndote un hedor incontrolable.

Y luego, luego están los otros olores. Olores que se convierten casi en esencias. Perfumes que te traen recuerdos a la mente casi sin esforzarte. Esos son precisamente, de los que vamos a hablar ahora. 
Tengo que reconocer que yo soy muy de olores. De los buenos olores, está claro. De hecho, me fascinan. Siempre he tenido facilidad por crear historias a partir de un olor. ¿Nunca os ha pasado que al oler un aroma te vienen momentos repentinos a la cabeza? 
Voy a hablaros de un olor en especial que me encanta. Una sábana acabada de salir de la lavadora; aún mojada, pero sin gotear, húmeda, fresca; recién colgada, extendida. Me recuerda a mi abuela paterna, a cuando sacaba la colada y subía al terrado a colgarla. Mezclarme entre las sábanas y oler a aquel limpio, aún ahora, me sigue gustando.

También  está el olor de un lugar, de una habitación, de una cocina o de un salón. El olor de los platos que cocina mi madre que aromatizan toda la casa, ahora que no vivo con ella, siempre los echo de menos. Los sofritos de paella son lo más y el aroma que desprenden, es inigualable. Luego está el olor a incienso de vainilla y canela. Me encanta como envuelve con su dulzor y una pizca de amargor el ambiente de una habitación.

Y por último, el olor que más me marca. El de ciertas personas. Un olor te puede gustar, te puede agradar, te puede atraer, avivar, estimular y hasta puede excitarte. Y es que a mí, según que olor, puede quedarse grabado en mi hipotálamo sin apenas darme cuenta. No es intencionado. Muchos pensaréis que hay perfumes que gustan a todo el mundo, pero es que no es solo eso, es el perfume que use esa persona mezclado con su olor personal. Porque sabéis una cosa; no a todos nos sientan igual las colonias.
Y es precisamente en el momento en que hablas con alguien más cerca de lo habitual, o que lo abrazas, o que le saludas con un par de besos o que le estrechas la mano, ese preciso momento en que, si su olor te agrada, te quedarás con él, para siempre.

Porque hay olores que matan, solo que de distinta manera según sean buenos o no.

domingo, 5 de junio de 2011

¿Fotogénica?

Por regla general, no suelo salir mal en las fotos. De hecho, mi madre me acostumbra a decir que tengo cara de foto y que siempre salgo igual. Yo siempre le digo que eso es mentira, que solo sonrío y ya está.
El caso es que, una de las últimas fotos que me hicieron, que se supone que es una de las más importantes que te haces en tu vida y que va a ser para siempre..., de esas que tu madre nada más verla se pone a llorar y que inmediatamente le coloca un marco y la pone en medio del salón, esa misma foto es la que peor sale, la que se ve con sonrisa más forzada y la que tiene un perfil sumamente desequilibrado. 
Esa es la foto de la orla. Tú estás ahí, con tu colorido, tu túnica y tu birrete, intentado poner tu mejor perfil, y al final la foto tan magnífica y eterna, sale horrible.

En fin, que le vamos a hacer.
Ahora entiendo porque casi nadie enseña su foto de licenciada.

sábado, 4 de junio de 2011

Yeah.Yeah.

¡Y ahora que digan que van a poner un Coco Bongo en Barcelona!