domingo, 18 de marzo de 2012

Y cambiar el punto del libro a la mitad del cuento.

Y el pijama azul seguía en el armario. Cada mañana cuando Marta abría la puerta para vestirse, ahí lo veía. De repente se lo encontraba. Sentía que aquello se estaba diluyendo, desapareciendo, como si tantos momentos nunca hubieran ocurrido. Como si no hubieran sucedido. Melancolía en estado puro. Cienporcien. Muchísimos recuerdos de una historia de película, propia de un best seller. Ahora, el punto de libro estaba en la última página. Hacía sol, un excelente día primaveral y le venían a la mente unos patines en línea por la barceloneta. La brisa y las sonrisas le embriagaban ese instante y el alma. Y de repente, como si tal cosa, empezaba a llover. Y a llover y a llover. Tormentón. Con rayos y relámpago internos. Un respiro, y todo silencio. Ansiaba una cerveza fresquita de media tarde, de esas acompañadas de una conversación amistosa, cómplice e inquietante. De una comida de mediodía de esas que una mirada intercambiada decía más que cualquier palabra. De una cena acompañada de un buen vino que extasiaba toda razón coherente. Y un paseo. Y mil cosas más.

Un pijama que había explicado el cuento de un libro que se estaba licuando hasta desaparecer. Una mezcla de lo más homogénea. Que la cuchara dejara de remover el cóctel. Por favor. Desaparecer en la disolución no era el final que deseaba para el final del cuento. 

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