miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sumergida.

Olas mojadas, oscuras, entristecidas y acongojadas; menos que un lago y más que un mar, menos que un río, cómo un embalse, casi como un charco. Nudos estomacales cual cuerdas amarradas en el puerto, sujetando una balsa para que con el vaivén, no se vuelque. Y consiga flotar, logre aguantar y no se humedezca tan fácilmente. Pero se hunde, el nudo se suelta y toda esa aparente tenacidad, aguante y resistencia desaparece en cuestión de segundos. Y la balsa cae por su propio peso y se dirige a la profundidad oscura, toca fondo y ahí queda, muy apaciguada, sosegada y desecha. 

Y llueve, truena y los relámpagos chispean. Y es entonces cuando las maderas, libres de los clavos, deambulan sueltas de aquí para allá sin rumbo, sin saber, dejándose llevar por el viento, la brisa marina y chocando contra obstáculos que se topa por el camino. Perdidas en medio de la inmensidad del desconcierto y la confusión.

Y revivir y repetir que todo irá bien, que nada ha sido una equivocación, que la balsa siempre ha ido con buen rumbo, con decisión y disposición, sin ahogar a nadie. A pesar de haber surcado tantos océanos de la mejor forma posible, la barca, se había hundido. Y eso que en realidad, su destino siempre había sido con y hacia una una única dirección. 


Y es que ya lo dice Marta. Hay veces que ni los clavos más fuertes, ni las redes más resistentes, ni  las boyas más flotantes pueden emerger a la que siempre ha pretendido ser, la mejor balsa del mundo. 

No hay comentarios: