domingo, 22 de enero de 2012

Hay ratos.

Hay ratos en los que Marta no sabe dónde meterse, ni qué decir, ni cómo explicarse, ni qué contestar. Hay ratos en que de la forma más inconsciente se encuentra por casualidad en un lugar que 5 minutos antes no tenía ni idea. Hay ratos en los que por no hablar y preguntar, se confunden las cosas. Y es que Marta siempre dice que los peores enfados vienen de los malentendidos más absurdos del mundo. 
Y oye su nombre, el cambio de voz, y ve la duda en el pensamiento del otro interlocutor. Se le nubla la mirada, se le entrecorta la voz y siente tristeza interior. Será que está en días previos al machaque mensual, será que el relax extremo le ha dejado en estado de mínimas defensas o simplemente será que le duele oír su nombre cuando antes oía un cariñoso apodo siendo prejuzgada sin ni siquiera ella saberlo.

Hay ratos en los que irremediablemente le viene a la cabeza y no puede dejar de preguntarse el estado de ánimo de cada instante, el sentimiento de soledad que quizás perdura durante horas, el divertimento qué más llena últimamente, el momento más feliz de la última semana, la conversación más trascendental que ha tenido o el último pensamiento antes de irse a la cama. Marta lo piensa, Marta se interesa y lo hace de verdad, siente que los amigos, los buenos amigos, los que guarda bajo llave y sobretodo los más importantes, deben estar bien y hará todo lo posible para ello. Incluso aunque parezca la cosa más absurda del mundo o la acción más inexplicable. 

Hay ratos  en los que un torcido de ceño, una respiración más pausada de lo habitual, una mirada más seria o un tono de voz más bajo hacen saber a Marta que algo extraño ocurre. Y es cuando al coger la cuerda y tirar y tirar se da cuenta que ese sentimiento inconsciente que le perturba interiormente desde ya hace unos 10 minutos y que ha hecho rasgar su voz y entorpecer su vista, no viene de la nada, sino que todo es producto de la sensación que le produce escuchar la voz de su interlocutor, que una vez más, ha dado por supuesto cosas que no son.

Y es que, una vez más, Marta ha aprendido que preguntar qué ocurre, no es tan complicado. Si todos hiciéramos lo mismo, las cosas serían más sencillas, los malentendidos no serían tan absurdos y Marta se ahorraría muchas lágrimas.

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