martes, 17 de mayo de 2011

La empanada de Marta.

Conocéis a esas personas que de tan correctas que quieren ser, pueden llegar a parecer sosas? Y yo no digo que eso sea malo, no, no, simplemente que de vez en cuando hay que dejarse llevar un poco, exteriorizar lo que vives por dentro, mirar a los ojos del que tienes al lado y decirle con una sonrisa lo primero que se te pase por la cabeza. Eso, si se te pasa algo.

A Marta, ese tipo de personas le suelen parecer muy atrayentes, interesantes y muy pero que muy curiosas. Tiene algo claro, los sosos, también sonríen. Y conseguir una carcajada de ellos, es todo un reto.

Que te estén esperando siempre gusta y si hace sol, aún más. Incluso aunque sea un desconocido que a ratos, no te parece tan desconocido. Incluso si apenas te mira a la cara cuando cruza un par de palabras contigo porque no sabe qué decir. Y él sabe que no sabe. No se le ocurre qué decir porque no es una situación en la que se suela encontrar habitualmente. Sus palabras son secas y austeras, cómo no podía ser de otra forma. Temas banales, el tiempo, las distancias entre lugares y la velocidad. Y así iba a ser y ella lo sabía, al menos, hasta romper el rato de protocolo en que era necesaria esa tirantez en el ambiente.
Curiosamente espeluznante y escalofriante se sintió Marta al bajar del tren. Es de esos momentos en que no tienes ni idea qué es lo que va a ocurrir, cómo te vas a sentir, qué vas a decir y cómo va a ir la situación. Si todo va a ser una broma o si realmente va a ser ameno. Si el cruce de tantas bifurcaciones, subidas, bajadas, rotondas y polígonos industriales va a llevarte a algún sitio o solo a campos y huertos. No sabes si va a ser divertido o no, pero curioso y gracioso, seguro.

Era difícil imaginarse que esa noche, la cena la prepararía ella. ¿Sabéis que existen hornos de cocina que pitan para avisarte de que tienes que ir a vigilar a través del cristal ardiente que el pastel no se queme? Yo siempre creí que a los hornos tú le ponías un tiempo y cuando hacía el pitido, es que el plato ya estaba. Mi abuela, así me lo enseñó. La suerte era haber escogido el tiempo correcto para que el pastel no se quemara. Pues no, ahora hay hornos que te avisan para que, encima de esperar, les vigiles. Curioso. Hacendosamente curioso.
En fin, que cómo le tocaba cocinar, las empanadas, a Marta, siempre le sacan de un apuro.

Un sofá blanco, cuadros apoyados en estanterías y muebles del salón y un olor a incienso que aviva las emociones. El incienso siempre me ha gustado, igual que las velas. Marta dice que entre muchas otras cosas, ayudan a crear ambiente. Y eso es cierto. No sabía qué hacer en los próximos minutos. Sólo le quedaba una cosa, improvisar. Pero aquel momento era tan sumamente incoherente, que decir cualquier cosa, hubiera estado fuera de lugar. Decidió esperar y observar. Dos sujetos realmente diferentes y tan unidos a la vez. Uno tan suyo y el otro tan claro.

La empanada estaba resultando todo un éxito. Y acompañada de un vino, más. O eso pensaba. La noche seguía su desarrollo. Poco a poco la cosa parecía que iba cogiendo un poquito más de color cual caramelos de mil sabores.
A ver, si esta vez lograba que las tiranteces en los diálogos, se convirtieran en algo más relajado y espontáneo. Que las barreras cayeran. Marta se sentía cómoda, cómo cuando pasas una noche de verano con un par de amiguetes tumbado viendo una película. La conversación fluye y los comentarios pasan a ser más inverosímiles. Pero te gusta. Te parece muy agradable. Llegas a hablar de temas tan improbables que te resulta hasta sorprendente.

Y así, hasta lo que se pudo. Marta consideraba que disfrutar de momentos como aquél, era fantástico, porque era una primera vez, y las primeras veces, nunca se repiten.

Una cosa había quedado clara para Marta, vaya, igual varias.
Una de las mejores maneras de conocer a la gente es a través de lo que declara en la renta anual; los hombres se van a Copenhague a ligar con rubias (o al menos, a intentarlo); las motos, incitan, activan y estimulan; toda persona soltera, acaba teniendo una habitación destinada al vestidor; y que hay cajas que, a pesar de lo independientes que parezcan ser, lo separadas que se pretenda que estén y lo distintas que opinemos que son, no son tan desiguales. Eso sí, definitivamente, juegan en ligas muy diferentes.


Aquél, había sido un buen momento.

1 comentario:

alea dijo...

Pro liga de sosos!!!!
Sosos al poder....porque nunca diremos una palabra de mas..ni una promesa incumplida...