"Se incorporó en la penumbra y, sin mediar palabra, se alzó el camisón y lo dejó caer a un lado de la cama. Se dejó contemplar unos segundos y luego, lentamente, se inclinó sobre mí y me lamió los labios sin prisa."
El Prisionero del Cielo
Así se quedó Marta en ese instante; un instante, que sin duda, se le hizo eterno. Sí que era cierto que había algo que celebrar, algo que no se volvería a repetir jamás pero nunca hubiera imaginado algo como tal. Ni siquiera parecido. Ni de esa forma. Y lo único que se le ocurría decir era "gracias". Un simple y aparentemente poco valioso gracias. Austero, serio y sencillo. Pero en realidad, ese gracias era mucho más profundo; era un gracias que sonaba muy moderado pero que no pretendía serlo; decía muchas cosas más de las que parecía.
Y de eso que el día 15 iba a ser como otro cualquiera. Levantarte pronto, recados, uni, clase y para casa. Pequeña cenita con mis padres y poco más. Tampoco esperaba ningún regalo ni gran celebración. Pero se ve que este año, eran 25. Vamos, bastante conmemorativo y como tal, la sorpresa para mi fue que la pequeña cena familiar se convirtió en todo un suculento festín de gambas y embutidos, todo acompañado de amigos que hacia las 10 de la noche se presentaron frente a la puerta de mi casa y picaron al timbre. Y yo, inocente de todo, en pijama. Qué estupendo. Podían haberme avisado, no?